Escrito por Leticia Garcés.
A quien amas dale alas para volar, raíces para volver y motivos para quedarse. Dalai Lama
Seguramente recuerdes qué hacías el 11 de septiembre de 2001 cuando tres aviones pilotados por terroristas impactaron contra las Torres Gemelas y el Pentágono en Nueva York, yo al menos tengo grabada a fuego la imagen de mi madre llorando frente al televisor cuando emitían la noticia en directo. Desde entonces, han pasado más de veinte años y no solamente ha cambiado la forma de viajar por el mundo y la seguridad en los aeropuertos, sino que también la ciencia ha podido avanzar. Como explica Marck Wolynn en su libro Este dolor no es mío, “nuestro plano genético no es más que el punto de partida, pues las influencias del entorno empiezan a moldearnos emocional, psicológica y biológicamente, incluso desde el momento de la concepción, y este proceso de moldeado prosigue a lo largo de nuestras vidas”, a esto llamamos epigenética.
Jamie Hackett de la Universidad de Cambridge afirma que las investigaciones demuestran que los genes conservan algún recuerdo de sus experiencias pasadas y Rachel Yehuda ha demostrado que las etiquetas epigenéticas pueden marcar diferencias en el modo en que regulamos el estrés en etapas posteriores de la vida, precisamente en un estudio que dirigió en 2005 demostró que las pautas de estrés se transmiten de las mujeres embarazadas a sus hijos. El investigador explica que en las mujeres que estaban en su segundo y tercer trimestre de embarazo y que se encontraban cerca durante el atentado del 11 de septiembre, observaron que sus hijos tenían mayor agitación como ante estímulos nuevos y que los recién nacidos eran, además, más pequeños en relación a su edad gestacional.
En el libro de la Dra. Rosa Casafont i Vilar, Viaje a tu cerebro emocional, podemos leer también que “La adversidad social, un entorno desestructurado, la falta de afecto… y las hormonas del estrés que se generan en esas circunstancias se han relacionado directamente con cambios epigenéticos que pueden influirnos ya en la gestación, en el posparto, en la niñez y adolescencia, y nos siguen afectado en la madurez, en la edad adulta y la vejez”. Lo explica con un estudio publicado en 2004 en Nature Neuroscience, donde se refleja la diferencia ante “la tolerancia al estrés (durante la edad adulta) de las crías de ratón tratadas afable y cariñosamente por sus madres y la de las crías sometidas a un trato distante y desapego de otra especie de ratones. Las crías de las ratas cuidadoras presentaban una buena tolerancia al estrés en la edad adulta, mientras que las crías de las madres no cuidadoras mostraban todo lo contrario: ante un estímulo estresante, en estas últimas se advertía una reacción exagerada y mantenida en el tiempo”
He querido nombrar dos estudios posteriores a los atentados del 11S para demostrar con algo de evidencia científica lo que afirma Bruce Lipton, pionero de la biología celular y es que “las emociones de la madre, como el miedo, la ira, el amor y la esperanza, entre otras, pueden alterar bioquímicamente la expresión genética de sus hijos”, es decir, que las experiencias y el ambiente en el que se desarrolla un niño o una niña puede influir para bien o para mal en su desarrollo, convirtiendo en una gran responsabilidad la forma de pensar y actuar, porque nada es en vano, todo deja huella y las marcas a nivel genético pueden condicionar la vida futura de la infancia.
Todavía es habitual escuchar a personas decir sin ningún tipo de tapujo que un buen tortazo a tiempo es lo que necesitan muchos niños para no convertirse en adolescentes delincuentes o peor aún; creen que la conflictividad que existe en la adolescente es culpa de los padres permisivos por no poner límites, afirmando que la solución es “educar como antes”, usando argumentos como, “mis padres me educaron de forma autoritaria y tampoco hemos salido tan mal”. Quizás conviene recordar que quien afirma algo así, va en contra de la propia legalidad, porque en España el castigo físico a niños está prohibido desde 2007. Muchos padres no dudarían en denunciar al profesor de su hijo si se enteran de que ha usado una regla para pegarle en la mano por no saber una lección, como se hacía antes, sin embargo, pueden legitimar la violencia doméstica, totalmente normalizada, justificando su uso para enderezar el mal comportamiento de sus hijos en el hogar.
Es cierto que existen padres permisivos, pero esto no quiere decir que estén aplicando una educación emocional, consciente y respetuosa, más bien lo que están evitando es hacer uso de la violencia por los traumas infantiles que han arrastrado. Estos padres solo saben cómo no quieren educar, sin violentar, pero necesitan aprender cómo sí hacerlo y mientras lo aprenden, actúan sin criterio, confundidos, siendo incoherentes, poco firmes y con insuficiente estabilidad emocional. Hacen lo que pueden como buenamente pueden, con todo su amor, pero como ya sabemos, el amor no es suficiente para educar, igual que para operar o conducir no es suficiente tener buena voluntad, además de eso hay que tener conocimiento y experiencia.
Estos padres cuya salud mental no siempre es bueno, porque los que han tenido una educación poco afectiva la probabilidad de tener baja autoestima, falta de autocontrol e inmadurez emocional es muy alta, por lo general no quieren educar como fueron educados, es decir, con acciones violentas como gritos, golpes o desprecios. Por lo tanto, queriendo alejarse de esa educación tan dañina, puede que eduquen sin castigos pero también sin otros muchos ingredientes que son necesarios para que la convivencia sea lo más saludable posible. Educar no solamente es eliminar las acciones de maltrato, también consiste en ejercer los buenos tratos que todo niño y niña necesita recibir para desarrollarse y para esto necesitamos disponer de competencias emocionales suficientes como las que propone Rafael Bisquerra, considerado el padre de la Educación Emocional a nivel internacional, que serían; conciencia emocional, regulación emocional, autonomía emocional, competencia social y competencia de vida y bienestar.
Seguramente conocerás los distintos estilos educativos, como el autoritario que principalmente consiste en usar poco el diálogo y muchos castigos, el permisivo que es todo lo contrario, abusa del diálogo y pone pocos límites o el sobreprotector, también llamado “hiperpaternidad o padres helicóptero” que facilitan la vida a sus hijos al máximo para evitar que sufran, impidiendo al mismo tiempo que maduren y desarrollen la autonomía. Y por último, el que más respaldo científico tiene, mejores resultados a nivel social y emocional pero que solo los padres y madres con competencias emocionales suficientes pueden ejercer con éxito, sería el estilo asertivo o democrático, una forma de educar que se aleja de los extremos, que usa el diálogo como un medio para reflexionar juntos y resolver situaciones cotidianas, entendiendo que los conflictos son oportunidades para aprender, procesos para madurar e imprescindibles para fortalecer el carácter.
Parentalidad positiva
Llegados a este punto, nos interesa abordar la Parentalidad Positiva que de acuerdo con la definición acuñada en la Recomendación Rec (2006) 19 del Comité de Ministros del Consejo de Europa, se refiere al “comportamiento de los padres fundamentado en el interés superior del niño, que cuida, desarrolla sus capacidades, no es violento y ofrece reconocimiento y orientación que incluyen el establecimiento de límites que permitan el pleno desarrollo del niño”. Si yo tuviera que definir este concepto diría que consiste principalmente en la actitud positiva que tiene la persona referente para un menor, ante los retos que se le presentan en la convivencia y que no tiene que ver con ninguno de los cuatro estilos educativos anteriores sino más bien con las transformación de cada uno de ellos a través de las propuestas educativas que nos hace la ciencia.
Es decir, no se trata de que dejes de ser permisiva o autoritaria porque tu cerebro ya se ha configurado de una determinada manera por el trato que has recibido en tu infancia, por tu historia personal, las influencias de tu entorno y la manera en la que has afrontado los retos de tu vida. Tus vivencias forman parte de ti y de tu forma de ver el mundo condicionando tu forma de relacionarte con tus hijos. Pero en la medida que reflexionas sobre nuevas propuestas educativas que la ciencia nos aporta, puedes aumentar tu conciencia personal, valorando qué cambios quieres ir incorporando a tu forma de relacionarte con tus hijos y otras personas. Esos cambios irán surgiendo de forma natural favoreciendo una transformación positiva porque no se trata de cambiar nuestra forma de educar sino más bien, de reflexionar sobre nuestros valores, creencias y pensamientos para atrevernos a vivir una transformación interior.
Puede que una madre o un padre por su historia de vida, por sus heridas de la infancia o traumas personales sin resolver, tienda a ser permisiva porque poner límites le genera un conflicto interno, pero si toma consciencia de ello y decide mejorar sus competencias parentales, podrá aprender propuestas educativas que sabemos que favorecen la creación de apegos seguros, la construcción de vínculos afectivos, el mantenimiento de los canales de comunicación y la tolerancia a la frustración. Si por el contrario, su estilo educativo principal es el autoritario porque es lo que ha conocido en su infancia y no ha hecho una reflexión al respecto y al llegar a la adolescencia de su hijo se percata de que se comunican poco, están distanciados y los conflictos de convivencia aumentan, podrá aprender sobre el funcionamiento del cerebro en la adolescencia para entender que muchos de los comportamientos tienen que ver con la propia etapa que está atravesando. Por lo tanto, al tomar consciencia de ello y mejorar la forma de comunicarse, rebajará la agresividad normalizada, disminuirán los castigos excesivos y desmedidos y quizá haya espacio para el diálogo ya que por muy buenos consejos que creamos tener, el reto es poderlos transmitir.
Teniendo en cuenta todo lo anterior y a modo de conclusión diría que, la Parentalidad Positiva es un tipo de disciplina que cada padre y madre puede construir desde su propia consciencia y reflexión particular, asegurándose nutrirse de distintas ciencias como la Psicología Positiva, la Inteligencia Emocional o la Neurociencia, para que lo que hagamos no sólo tenga sentido para nosotros, sino que tenga un rigor científico. Nada de improvisar con lo que más amamos. Educar de forma positiva consiste en ejercer los buenos tratos que todo niño y niña necesita recibir durante su infancia y adolescencia para llegar a la vida adulta sabiendo hacerse cargo de su propia salud mental. Solo los niños que desarrollan apegos seguros, vínculos sanos y relaciones de calidad con sus figuras de referencia, sabrán relacionarse consigo mismos y con los demás de forma más positiva y constructiva, pudiendo activar su proactividad y resiliencia cuando sea necesario.
Practiquemos la paternidad consciente, como la llama Lipton, que consiste en “ejercer la paternidad y maternidad desde el conocimiento de que el desarrollo y la salud del niño pueden sufrir la influencia profunda de los pensamientos, las actitudes y las conductas de los padres desde antes de la concepción hasta el desarrollo postnatal”. Por lo tanto, asegúrate en ser más que en hacer, o, mejor dicho, cuando seas emocionalmente competente, no importará tanto lo que haces porque hagas lo que hagas, tendrá un toque de cuidado, amor y buen trato.
References
Beltramo, C., & Rivas Borrell, S. (Eds.). (2022). Parentalidad positiva: una mirada a una nueva época. Ediciones Pirámide.
Bisquerra Alzina, R. (2015). Inteligencia emocional en educación. Síntesis.
Casafont, R. (2014). Viaje a tu cerebro emocional. Ediciones B, S. A.
Rodrigo, M. J. (Ed.). (2015). Manual práctico de parentalidad positiva. Síntesis.
Wolynn, M. (2017). Este dolor no es mío : identifica y resuelve los traumas familiares heredados (A. Pareja, Trans.). Gaia Ediciones.